martes, 16 de diciembre de 2008

SARDUY



Cuadro "tibetano" de Severo Sarduy




HOMENAJE A SEVERO SARDUY, POETA, PINTOR, FUNAMBULISTA.






Homenaje Severo Sarduy (1937-1993)


por Ana Belén Martín Sevillano


En todas las tradiciones sagradas encontramos textos que nos hablan de cómo seguir un camino apropiado en la vida, pero que también aconsejan sobre qué senderos pisar para una apacible postmuerte. Si nos circunscribimos a nuestro ámbito cultural los testimonios literales con los que contamos hoy día son bastante escasos. Occidente ha olvidado las enseñanzas provenientes de la fuente griega que nos han llegado fundamentalmente a través de Platón (Fedón, Teetetos), quien, como señala Simone Weil, era el heredero de una tradición mística que bañaba Grecia entera. Por Severo Sarduyotra parte, lo más parecido a una guía de la Muerte, en el mundo cristiano, lo constituyen los Ars Moriendi del medioevo centroeuropeo. Sin duda, han sido las religiones y filosofías orientales las que han sabido conservar, actualizar y vigorizar sus tradiciones sobre el tema. Destaca de entre ellas el Budismo con su Bardo Thödol, mal llamado Libro Tibetano de los Muertos ya que una más acertada traducción sería la de Libro de la Liberación. Este texto constituye la más exhaustiva y completa información sobre el proceso de la muerte que existe en la historia de la humanidad. Los budistas lo leen al oído del moribundo para ayudarle a traspasar el umbral plácidamente; una vez muerto, la lectura continúa pues el control de la consciencia es la vía para alcanzar el Nirvana, o, si esto no es posible, para lograr una reencarnación favorable. Por supuesto, para el cientificismo racionalista nada persiste una vez inerte la materia, por lo que todo este tipo de atavismos le son ajenos. No obstante, desde hace unos años, un círculo de científicos e investigadores (Grey, Lorimer, Moody, Morse, Ring y Sabom) se han interesado por las experiencias de casi muerte o de estados próximos a ella. En los casos que ellos han abordado se encuentran generalmente significativas semejanzas entre lo relatado por los pacientes y lo narrado en el Bardo Thödol, especialmente en las primeras etapas que este delimita. Uno de los efectos positivos de la globalización y de la conversión de nuestro mundo en la ya llamada aldea global es el acercamiento de los occidentales, en este desenraizado fin de siglo, a filosofías ancestrales que son capaces de reforzar el sentido de la existencia y, cuando menos, atenuar ese pathos dominante en Occidente que, como sostienen Argullol y Trías, es el cansancio. Conviene no olvidar que el Budismo ha tenido y tiene una trascendencia moral, social y cultural equiparable a la del Cristianismo, incluso en número de fieles.

A lo largo de la obra del cubano Severo Sarduy (1937-1993) son repetidas las veces en que encontramos las huellas de sus conocimientos sobre religiones no occidentales, es decir, africanas y asiáticas. Si nos detenemos en una de sus obras iniciales, De donde son los cantantes (1967), y analizamos lo que se viene llamando las piezas claves de la identidad cubana: lo español, lo africano y lo chino, entenderemos que lo que pretende llevar a cabo Sarduy es la totalización de las diversas cosmogonías que él, como cubano y como descendiente real de esas etnias y culturas, debió o hubiera debido heredar. En este sentido, Roberto González Echevarría, en su extenso ensayo sobre la obra del autor, aclara,

En Sarduy la literatura es un acto de recuperación, o mejor, una serie de actos de recuperación. Y, ¿qué es lo que se recupera? Lo que se recupera es el sentido, en la acepción más amplia de la palabra, inclusive la más familiar: recobrar el sentido, volver en sí. (p. 3)

La influencia del Budismo penetra en Sarduy más allá de lo que llegan las otras religiones, probablemente debido a que en sí es una religión conceptual y sin Dios, en el sentido judeo-cristiano del término, sin ritos ni cultos para asegurar la protección divina. Así mismo, es innegable la similitud entre la teoría budista sobre lo imperecedero y el carácter fenoménico de la realidad y los postulados sarduyanos de copia y simulacro. Dice el propio autor en su obra La simulación,

Quizás no sea un azar si partí de la ilusión universal, de la realidad como bluff enfático de la nada, tal y como lo insinúa el budismo y concluyo con la dominación de lo vivo por lo inanimado y la repetición. Más allá del placer de lo que pone en escena, como fiestas familiares y consabidas, la simulación enuncia el vacío y la muerte.
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"Antes disfrutaba de una ilusión persistente: ser uno. Ahora somos dos, inseparables, idénticos: la enfermedad y yo".
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Al vacío central
su movimiento
debe la rueda;
al blanco
su fulguración
el color.
Alguien tose en la plegaria,
pasa un pájaro:
inconcebible silencio.
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Pendiente abajo
hacia el no ser,
donde se manifiesta
divinidad alguna
ni gama alguna del color.
Ni blanco.
Ni silencio.
(...)
Adiestrarse a no ser.
Fusionar con eso.

1 comentario:

Johan dijo...

Estimada Ana, muy sobrecogedor -en el sentido profundo de la palabra- lo que apuntas de la obra de Severo.
Me gustaría enviarte un libro sobre el escritor. ¿Dónde podrías recibirlo?
johangotera@hotmail.com

Caracas