sábado, 20 de diciembre de 2008

लामा GANGCHEN


De él se ha dicho que obra milagrosas curaciones y que puede ver en el alma de las personas. Además, el lama Gangchen ayuda a los más desfavorecidos desde la fundación que preside para promover la paz.

Había oído hablar mucho del lama Gangchen, también apodado Lama de la paz
debido a su labor en la Fundación Lama T. Y. S. Gangchen para la Paz en el Mundo. Entre otras propuestas, el lama Gangchen promueve el Foro Espiritual de las Naciones Unidas para la Paz en el Mundo. Su ashram se encuentra en la frontera entre Italia y Suiza, a orillas del lago Maggiore, asentado al pie de los Alpes. Hasta este bosque de indescriptible belleza se acercan personas de todos los lugares del mundo en busca de iluminación. Quienes lo conocen dicen que es un hombre santo. Este es el caso de un famoso presentador de la televisión italiana que afirma haberse curado de un cáncer de páncreas en su ashram, así que, cuando Alessandro, uno de mis mejores amigos, me llamó para contarme que su hijo
Leonardo estaba internado en un hospital, inmediatamente pensé en acudir a Gangchen. Aún recuerdo la desesperación de sus palabras:
“Necesita diálisis. Uno de sus riñones no funciona”. En aquellos momentos yo partía hacia la guerra de los Balcanes y no pude ayudarles hasta un mes después.
A pesar de que sus padres se habían separado cuando el pequeño tenía solo dos años y de que no había vuelto a ver a su madre, Leonardo no parecía un niño infeliz. Lo conocí, precisamente, cuando tenía esa edad. Parecía un ángel rubio de
ojos azules y supuse que la adoración que su padre sentía por él podría suplir la ausencia de su progenitora. Después de un mes durísimo en Sarajevo regresé a Roma para pasar un par de días. Quería llevar a Leo ante el lama para que le devolviera la salud perdida, así que salimos hacia Milán en tren a primera hora de la mañana. Durante el trayecto aproveché para intimar con él.

“Recuerdo mis primeros seis años con dolor –me confesó Leo–. En la escuela los niños no me dejaban jugar con ellos. `Tú no tienes madre. Habrás nacido de un repollo. ¡Fuera!´, me decían. Entonces me iba a un rincón y me tragaba las lágrimas en solitario.” Cuando Leo cumplió 15 años se produjo un hecho inesperado. El muchacho sintió el deseo irrefrenable de saber quién era su madre y de abrazarla, aunque al mismo tiempo la odiara por haberle dejado. “¿Por qué me habrá abandonado sin interesarse por mí?”, se preguntaba. Entre entrañables confesiones que nunca habría sospechado, Leonardo y yo llegamos a Milán para hacer transbordo y después dirigirnos a la frontera suiza. Por desgracia, justo en ese instante se inició una huelga. Solo disponíamos de 48 horas hasta la siguiente sesión de diálisis, así que nos vimos obligados a coger un taxi, lo cual trastocó nuestros planes. Finalmente, conseguimos llegar al ashram del lama Gangchen a medianoche.

Visita al Ashram


Al llegar nos abrió la puerta una joven que no hablaba italiano. Le preguntamos en inglés si el lama podría recibirnos a la mañana siguiente, pero respondió que era imposible, porque tenía prevista la visita de varios miembros del Fondo Monetario Internacional. No me resigné e insistí. Le expliqué que éramos pobres personas en busca de esperanza, a lo que ella contestó que aguardáramos y se marchó. A lo lejos la oímos hablar con alguien: “Ahí hay dos pobres que no tienen para pagar la consulta. El muchacho está enfermo”. “Es igual –respondió la voz–, lo importante es que el joven se cure.”
Era él, el lama Gangchen, vestido de raso rojo bordado en oro. A su paso todas las mujeres agachaban la cabeza en señal de respeto o tocaban la tela de su túnica. Nos atendió y se dirigió a Leo con estas palabras: “Enfermaste a los seis años y la eclosión se produjo a los quince”. Pero Leo no tardó en contradecirle: “A los quince no me ocurrió nada”. Yo le recordé lo que me había confiado en el tren con respecto a su madre y el lama me miró y me preguntó: “¿Es usted su madre?”Debo reconocer que escuchar esa pregunta me decepcionó. ¿Cómo podría desconocer este dato el hombre que leía en el alma de las personas? Después, el lama nos condujo hasta un altar dispuesto delante de una figua de Buda y, golpeando a Leonardo con fuerza en el hombro derecho, exclamó en italiano: “¡Devi curare!”.
En ese momento observé la cara de Leo y me di cuenta de que su mirada no era terrenal, parecía fuera de este mundo. Puede que el golpe de Gangchen lo hubiera trasladado del presente lineal al infinito cósmico y estuviera contemplando la frontera entre la vida efímera y la muerte eterna, algo así como una suerte de estado de gracia. Antes de que abandonáramos el ashram, Gangchen me llamó y lanzó un vaticinio: “Usted tendrá mucho éxito”. “Absurdo”, pensé. Por aquel entonces yo era una enviada especial a zonas de conflicto y punto. Mis libros, aunque numerosos, habían logrado ventas modestas. ¿A qué éxito se refería el lama?

Milagrosa recuperación


Pese a mis impresiones negativas, lo cierto es que Leo se restableció físicamente. Al pensar en aquel día, cuando rememoro el momento en el que el lama preguntó si yo era la madre del muchacho, debo reconocer que siempre he asumido una actitud maternal hacia Leo y que mi preocupación y mi amor hacia él también lo han sido. Su pregunta, por tanto, estaba justificada. La segunda sorpresa llegó cuando al cabo de un tiempo se cumplió su vaticinio. En un viaje que realicé a Madrid, Joana Bonet, directora de una revista española, me pidió que escribiera un libro sobre la prostitución. Este se vendió en todo el mundo e incluso fue llevado al cine y se convirtió en un filme protagonizado por grandes actores. Así pues, el lama no solo era capaz de leer en el alma de las personas, sino que podía ver el futuro de quienes le rodeaban. Después de aquello, durante años soñé con hacerle una entrevista. Y la casualidad me tendió una mano... Ahí estaba ahora Gangchen, sentado frente a mí.

ISABEL PISANO

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