miércoles, 25 de mayo de 2011

martes, 17 de mayo de 2011

Thirumandiram

El barco de nuestra vida por el espumoso mar del Karma vuela;
parejos los caminos que alivian del laborioso esfuerzo.
Gloria dan tapas y caridad, protectoras celestiales
para nosotros y nuestros parientes queridos contra la vana batalla de la vida.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Llevar a Dios en la mente
como una bailarina baila llevando cántaros o bandejas sobre su cabeza.

sábado, 7 de mayo de 2011

Práctico sin meta. Para nada. La auténtica vida del espíritu tan solo puede ser alcanzada allí donde no hay ni búsqueda de provecho, ni temor a la pérdida".

jueves, 5 de mayo de 2011

BODHISATTVA BASILI




El padre benedictino Basili Mª Girbau, heredero de la llama de la tradición iniciática…
Habituado a la meditación, la oración, el vegetarianismo, y el amor por los animales,
así como conocedor de las diversas tradiciones espirituales de los diversos continentes.
Coincidió con grandes personajes como Gandhi.
Residió un tiempo en Jerusalén,
estuvo al cargo de una comunidad de monjes en Mallorca,
hasta decidir por fin ubicar su centro físico,
en la montaña sagrada de Montserrat
(para muchos un chakra, un centro energético sagrado de este planeta),
como monje-ermitaño de forma ya definitiva.
Sencillo y afable, y a la vez fuerte y directo.
Fuertemente influido por la enseñanza de Sri Ramana Maharshi, el yogui del silencio.
En su ermita a gran altitud sobre el mismo monasterio, supo encontrar el espacio y condiciones necesarias para su labor de ayuda a todas las almas que se le acercaban...!

Abajo de su cueva, muy lejos, el mundo, sus brillos y sus sombras...
La ermita es una de tantas cuevas que horadan suavemente la montaña sagrada.
Está cerrada con una cristalera, habilitando un reducido espacio que contiene una cama, una mesa, dos sillas, un hornillo de gas, una estantería con libros, una cruz, un par de retratos de Ramana Maharshi y un altar.
Suficiente para el padre Basili, "El ermitaño de Montserrat",
portaba luenga y poblada barba,
fué un erudito conocedor de lenguas tan dispares como el árabe, el alemán o el hebreo,
para casi todos los que le conocieron en vida,
un sabio, un místico, un santo quizás.
Durante casi 30 años vivió en la cueva-ermita de Santa Creu,
se levantaba al alba para pasar el día meditando, rezando y estudiando.
El padre Basili era un enamorado del "momento presente".
Cuando alguien le preguntaba por el secreto de la felicidad de su vida de ermitaño, respondía:

«Vivir.
No se trata de filosofar ni de hacer grandes discursos.
Estás aquí, ¿qué más quieres?
Respiras.
Tu corazón palpita.
¿Qué importa el ayer?
¿Qué importa el mañana?
Estás aquí!”.




Una filosofía de vida que le hacía estar siempre alegre.
En su rostro nunca faltaba una luminosa sonrisa.
Porque, como solía decir:

«Vivo con paz, silencio interior y desprendimiento».

¿Y la soledad?
El padre Basili decía no conocerla.

«La soledad habita en el corazón.
Yo no estoy en soledad por vivir en una cueva en plena montaña.
Si vives en plenitud no puedes estar solo.
Solos están los que viven en uno de esos bloques anónimos,
rodeados de centenares de personas,
pero en medio de una terrible soledad».

En contacto permanente con el Misterio de Dios,
Basili consiguió alcanzar la vía de la contemplación mística,
ayudado por un maestro espiritual hindú, Ramana Maharshi,
al que conoció a través de un libro en 1963,
y cuya influencia marcó profundamente su vida.
y al que definía como:

«un hombre sin mente,
que no necesitaba hacer funcionar su mente,
porque Dios había llenado su espíritu».
Para Basili, su opinión sobre el cambio era:
«Para que la sociedad sea más justa,
lo único que tiene que cambiar,
es el corazón del hombre».

SU OBITUARIO

Un sabio que, tras recorrer medio mundo, se retiró al silencio de una ermita en la montaña sagrada de Montserrat. Basili Girbau, el monje eremita, falleció el 23 de diciembre de 2003 a los 78 años tras una larga y penosa enfermedad. No era un monje cualquiera.Como reconoció en sus funerales el abad del cenobio catalán, Josep María Soler, era un benedictino con «un carisma especial», un sabio, un místico, un santo quizás.
Basili había nacido en Barcelona en 1925, cursó el bachillerato y a los 18 años sintió la llamada de Dios. Y se fue a Montserrat, donde profesó como monje benedictino en 1945. Durante muchos años se dedicó a la investigación bíblica y a la docencia. Y para eso, tras estudiar en varios países, se dedicó a recorrer las tierras bíblicas, donde aprendió el árabe y el hebreo.
En 1973 regresó a Montserrat donde empezó su vida eremítica, que sólo interrumpió unos años, para vivir en el monasterio mallorquín de Benicanella y, en los dos últimos años de su vida, por problemas de salud.
Durante casi 30 años vivió en la ermita de Santa Creu, a una hora de camino del monasterio de Montserrat. Su ermita, una de tantas cuevas que horadan suavemente la montaña sagrada, está cerrada con una cristalera, habilitando un reducido espacio que contiene una cama, una mesa, dos sillas, un hornillo de gas, una estantería con libros, una cruz, un par de retratos de Ramana Maharshi, un sabio hindú de este siglo, y un altar. Lo suficiente para el ermitaño de Montserrat que, durante casi tres décadas se levantaba al alba para pasar el día meditando, rezando y estudiando.
El padre Basili era un enamorado del momento presente. Cuando alguien le preguntaba por el secreto de la felicidad de su vida de ermitaño, respondía: «Vivir. No se trata de filosofar ni de hacer grandes discursos. Estás aquí, ¿qué más quieres? Respiras.Tu corazón palpita. ¿Qué importa el ayer? ¿Qué importa el mañana? Estás aquí. Entonces ríe, ríe a reventar. Tienes lo indispensable.No te hace falta ni más ni menos».
Una filosofía de vida que le hacía estar siempre alegre. En su rostro de luenga y poblada barba nunca faltaba una sonrisa. Porque, como solía decir, «vivo con paz, silencio interior y desprendimiento».¿Y la soledad? El padre Basili decía no conocerla. «La soledad habita en el corazón. Yo no estoy en soledad por vivir en una cueva en plena montaña. Si vives en plenitud no puedes estar solo. Solos están los que viven en uno de esos bloques anónimos, rodeados de centenares de personas pero en medio de una terrible soledad».
En contacto permanente con el Misterio de Dios, Basili consiguió alcanzar la vía de la contemplación mística ayudado por un maestro espiritual hindú, Ramana Maharshi, al que conoció a través de un libro en 1963, y al que definía como «un hombre sin mente, que no necesitaba hacer funcionar su mente, porque Dios había llenado su espíritu».
Como llenó el de Basili que, desde su ermita, escribía libros, para enseñar a la gente a ser feliz, profundamente feliz. «Para que la sociedad sea más justa lo único que tiene que cambiar es el corazón del hombre».
Para superar esas inercias, el padre Basili recomendaba el desengaño.«Porque el desengaño es una cosa muy positiva. Si vives engañado, desengañarte es una liberación. Conforme los hombres se vayan desengañando, surgirá la luz. Se descubrirá lo negativo del engaño y quedará lo que no es engaño», dijo el maestro y se fue al Reino del Desengaño.
Basili Girbau, monje, nació en 1925 en Barcelona, ciudad en la que murió el 23 de diciembre de 2003 .

ARUNACHALA


María Helena Barrera

"Si la vida es una jornada interminable, ¿dónde está su finalidad? Por doquier. Nos hallamos en este palacio sin límites al que hemos llegado. Si lo exploramos, ampliaremos nuestra comprensión del mismo, tornándolo más y más nuestro".
Rabindranath Tagore

A diferencia de la cordillera andina, donde elevaciones brotan de elevaciones, en Tamil Nadu, India, las montañas surgen de improvisto, en soledad, desde un suelo totalmente plano. Mirarlas por primera vez es una experiencia única: ellas dan la impresión de un grupo de gigantes, emergiendo inmóviles de la vasta planicie, congregados y sin embargo extrañamente separados. Con sus pináculos azafranes o pardos, parecen contemplar el cielo como esperando.

Entre esas montañas se levanta Arunachala, triángulo dorado e irregular emplazado sobre la tierra. Las escrituras hindúes la consideran como la manifestación física —Iswara swarupa en sánscrito— de Shiva, quien junto con Brahma y Visnú forma la trinidad divina central al hinduismo. Arunachala constituye un vórtice de devoción, lugar sagrado al que acuden millones de peregrinos, donde el fervor es un omnipresente hecho de la vida diaria.

A primera vista, Arunachala parece ser tan sólo una montaña más. Sin embargo, luego de un primer vistazo la mirada del viajero no puede abandonarla. Cuanto más se la observa, mayor es la dificultad de obtener una imagen mental certera. Misterios reales no necesitan un velo de oscuridad para existir —florecen a plena luz y medran allí donde todo el mundo puede observarlos. En Arunachala un curioso efecto visual parece germinar de la combinación de luz y barro áureo: Sol y montaña se confunden en una imagen que permanece más allá de la mirada.

Peregrinos de todo el mundo toman parte cada día en la caminata conocida como giripradakshina —en sánscrito giri , montaña, pradakshina , circunvolución. Muchos lo hacen en las madrugadas, prefiriendo el recogimiento brindado por el silencio. El trayecto se extiende por casi dieciocho kilómetros alrededor de Arunachala. A orillas del camino, se encuentran múltiples lugares de reposo y de contemplación que van desde elaboradas capillas hasta sencillísimos altares; es posible detenerse en los mismos y ofrecer una plegaria antes de continuar con el recorrido.

Una parte de la ruta del giripradakshina pasa por las calles de la ciudad de Tiruvanamalai, a los pies de Arunachala. En el centro de tal urbe se halla Arunachaleswara, el segundo templo hindú más grande de la India, cuya arquitectura monumental está marcada por trece siglos de continua reverencia. Sus altas murallas trazan un inmenso cuadrilátero de granito en la falda oriental de la montaña. En cada uno de los costados del complejo se abren cuatro puertas gigantescas —en sánscrito raja gopuras , entradas principales— cuyos arcos están coronados por torres piramidales. Otras cinco puertas menores —kuti gopurams — de las mismas características se abren dentro del templo.

En el recinto así delimitado numerosos elementos arquitectónicos o naturales coexisten —seis santuarios mayores, capillas, altares, fuentes, arboledas, jardines. Uno de los lugares más impresionantes es la sala central —mandapam en sánscrito—, sitio de recogimiento y de oración puntuado por mil pilares de granito. Los sacerdotes a cargo del templo conducen diariamente cientos de ceremonias individuales llamadas pujas , rituales en los que el devoto pide a la divinidad por su salud, vida y progreso. La fe de quienes participan en los mismos es palpable: exactamente como en América Latina, gente sencilla y humilde invoca la ayuda divina con total entrega y sin sombra de duda.

Cualquier persona puede visitar Arunachaleswara, desde sus dinteles hasta el sancto sanctorum , sin importar su religión, raza u origen. La única exigencia expresa es hacerlo con pies descalzos; a sus puertas se encuentra, como en todo espacio considerado sagrado en la India, un pequeño pabellón donde se depositan sandalias y zapatos. Implícitamente, se espera también que el visitante se comporte con un recato igual al que mantendría en los lugares religiosos de su propia patria. Cerca de la salida un gran elefante prodiga con su trompa un gentil toque en la cabeza de los visitantes que lo deseen. Cada uno de los así favorecidos paga unos cuantos centavos a cambio de esa bendición de la naturaleza, respetada y celebrada de tal modo.

La tradición monástica de la India es milenaria, parte de la vida en sociedad y profundamente respetada. En Tiruvannamalai, particularmente, multitud de asahramas han sido instituidos a través de los siglos. La palabra asharama en sánscrito tiene un doble significado. Ella alude a la tercera etapa de la vida del ser humano, aquella que idealmente debería dedicarse a la contemplación religiosa. Adicionalmente y por extensión, el término asharama indica un monasterio creado bajo la inspiración o en homenaje a un santo hindú. Santos hindúes son usualmente referidos con la palabra guru que en sánscrito significa maestro, término que ha sido usado y abusado con fines comerciales fuera de la India.

Dos monasterios católicos se han establecido en la ciudad, uno de benedictinos y otro de carmelitas. La raigambre cristiana en Tiruvannamalai no se limita a tal presencia: En 1952, fray Henri Le Saux (1910-1973), gran místico francés conocido en la India bajo el nombre de Swami Abishiktananda, vivió por algunos meses como eremita en Arunachala. En las notas de su diario correspondientes a ese período, publicadas bajo el título La Montée au Fond du Coeur —Ascensión a las cumbres del corazón— se lee respecto de la montaña:

"Un misterio reside en Arunachala. ¿Qué misterio es éste? ¿Por qué tantas personas se sienten atraídas por ella? [...]. Yo mismo he llegado hasta aquí atravesando océanos, fascinado. ¿Por qué este sentimiento insólito? ¿Por qué, a pesar de todas las inconveniencias de la vida en este lugar, aquí me siento feliz y en paz como en ningún otro sitio? Esta es la fascinación que ha atraído ascéticos por siglos".

Durante su primera visita a Tiruvannamalai en enero de 1949, Fray Le Saux tuvo la oportunidad de conocer personalmente al gran santo hindú Sri Ramana Maharshi (1879-1950) conocido como el sabio de Arunachala. En 1896, luego de una crisis espiritual, Sri Ramana, en ese entonces un joven de dieciséis años, se sintió impulsado a abandonar su pueblo natal y su familia en búsqueda de Arunachala. Luego de un viaje pleno de incidencias, llegaría a la montaña donde, por más de cuarenta y seis años, viviría en profunda comunión con lo divino. La base de su espiritualidad se encierra en una pregunta básica y paradójicamente henchida de significado, con la que impulsaría a todo el mundo a autointerrogarse: "¿Quién soy yo?".

Originalmente la solitaria contemplación espiritual y meditativa de Sri Ramana tomó lugar en la sala central de los mil pilares en el templo de Arunachaleswara. Tal lugar fue reemplazado sucesivamente por otros templos localizados en Tiruvannamalai y sus alrededores, campos abiertos, una cueva en Arunachala y finalmente, un asharama construido a los pies de la montaña. Inicialmente una humilde edificación de barro, Sri Ramana Asharama es en nuestros días un complejo monástico de dimensiones, al que llegan no sólo peregrinos hindúes sino también visitantes de toda latitud y religión. El ecumenismo de las sencillas y al mismo tiempo profundas enseñanzas de Sri Ramana ha alcanzado en nuestros días el mundo entero.

La rutina monástica es idéntica a aquella de tiempos del sabio. Los religiosos residentes y los huéspedes comparten tres comidas diarias. Los platos ofrecidos son aquellos típicos de la cocina del sur de la India, la misma que, a pesar de compartir muchos ingredientes con la del norte del país, es inconfundible por lo omnipresente del arroz como ingrediente. Una costumbre instituida por Sri Ramana también continúa: cada día el asharama brinda alimentos a cientos de personas de escasos recursos y a monjes itinerantes —sadhus en sánscrito. Estos últimos son figuras omnipresentes en las calles de Tiruvannamalai, usualmente envueltos en ropajes de tono naranja oscuro.

A diferencia de otros asharamas en los que se imparten clases y conferencias, en Sri Ramana Asharama cada quien se dedica a la actividad espiritual que desee: en prístinas salas, permanentemente abiertas, es posible observar personas meditando, leyendo o recitando plegarias. Sacerdotes adscritos al asharama cumplen con ritos y pujas a horas establecidas o a pedido de visitantes y devotos. Sri Ramana mantenía una franciscana afinidad con los animales, y, en consecuencia, los mismos son bienvenidos en el asharama . En los jardines es común observar aves de todo tipo, incluyendo raros pavorreales albinos, cuyo abrupto y penetrante canto se escucha a intervalos.

Desde la puerta posterior del asharama es posible emprender el camino que conduce a Skandashrama, una de las cuevas que Sri Ramana ocupara en la Arunachala. El camino se inicia con un graderío de piedra bruñida por décadas de uso y continúa con un sendero también empedrado, bordeado de arbustos y vegetación variada. Luego de ascender por aproximadamente una hora, se arriba a un promontorio desde el cual es posible observar Tiruvannamalai. El templo de Arunachaleswara se divisa entonces como un enorme mapa tridimensional, la magnificencia de su arquitectura y proporciones tornada aún más evidente por la perspectiva aérea.

El panorama de la planicie está marcado por incesante movimiento y sonido, perceptible aún desde lejos. La montaña, por el contrario, proyecta un silencio inexplicable, preñado de energía. Estudios contemporáneos sugieren que la placa tectónica en la que Arunachala reposa se halla entre las más estables de la Tierra. Ello contrasta con la permanente llamada telúrica de los Andes, que se elevan exactamente al otro lado del globo terrestre. A pesar de su serenidad geológica, la energía de Arunachala no resulta totalmente desconocida para el viajero de origen andino: ella evoca la presencia de volcanes, figuras tutelares en una región lejana, contrastante y sin embargo extrañamente similar.

En 1938 el escritor inglés W. Somerset Maugham visitó Sri Ramana Maharshi. Años después incorporaría su experiencia en su novela El filo de la navaja, donde, refiriendo un amanecer visto desde Arunachala, escribiría:

"Cuán magnificente era el panorama que se desplegaba frente a mí, mientras el día emergía en esplendor... La belleza del mundo me abrumaba. Nunca antes había conocido una exaltación igual y una felicidad tan trascendente".

Tal vez una experiencia de tal intensidad no sea dada a todo el mundo. Sin embargo, nadie que visite el corazón de Tamil Nadu podrá permanecer impasible. En el palacio ilimitado del que hablaba Tagore, Arunachala es uno de esos espacios en los que la jornada es interior por excelencia.

lunes, 2 de mayo de 2011

JAPÓN

Hace ya casi dos meses, el día 11 de marzo, que tuvieron lugar en Japón el terremoto, el tsunami y, como consecuencia, el accidente en la central nuclear de Fukushima, que sigue emitiendo grandes cantidades de sustancias radiactivas.
ROCÍO MORENO ILLUECA


Pasado este tiempo, parece que esta situación vaya quedando en el olvido. Los medios de comunicación ya no informan apenas sobre esta noticia, sin embargo, el riesgo de radiactividad sigue existiendo. Las consecuencias van a afectar a la población, como ocurrió con la central nuclear de Chernóbil, que vivió un suceso similar y la población sufrió malformaciones, cánceres, tumores... que todavía, después de tanto tiempo, siguen produciéndose.

Por eso, no nos podemos olvidar de las personas que viven en Japón. Ellas son las que verdaderamente están sufriendo las consecuencias, ya que muchos de ellos tuvieron que ser evacuados y apartados de sus casas, otros muchos perdieron parte o la totalidad de sus familiares y todos sufren una exposición a la radiación nuclear que en un futuro les pasará factura, no solo a ellos sino a las próximas generaciones.

Espero que los Gobiernos y organizaciones no se olviden de este fatal accidente y pongan todos los medios para ayudar. También para que las centrales nucleares de todo el mundo sean más seguras o sustituidas por energías alternativas, de manera que esta situación no se vuelva a repetir.