jueves, 5 de mayo de 2011

ARUNACHALA


María Helena Barrera

"Si la vida es una jornada interminable, ¿dónde está su finalidad? Por doquier. Nos hallamos en este palacio sin límites al que hemos llegado. Si lo exploramos, ampliaremos nuestra comprensión del mismo, tornándolo más y más nuestro".
Rabindranath Tagore

A diferencia de la cordillera andina, donde elevaciones brotan de elevaciones, en Tamil Nadu, India, las montañas surgen de improvisto, en soledad, desde un suelo totalmente plano. Mirarlas por primera vez es una experiencia única: ellas dan la impresión de un grupo de gigantes, emergiendo inmóviles de la vasta planicie, congregados y sin embargo extrañamente separados. Con sus pináculos azafranes o pardos, parecen contemplar el cielo como esperando.

Entre esas montañas se levanta Arunachala, triángulo dorado e irregular emplazado sobre la tierra. Las escrituras hindúes la consideran como la manifestación física —Iswara swarupa en sánscrito— de Shiva, quien junto con Brahma y Visnú forma la trinidad divina central al hinduismo. Arunachala constituye un vórtice de devoción, lugar sagrado al que acuden millones de peregrinos, donde el fervor es un omnipresente hecho de la vida diaria.

A primera vista, Arunachala parece ser tan sólo una montaña más. Sin embargo, luego de un primer vistazo la mirada del viajero no puede abandonarla. Cuanto más se la observa, mayor es la dificultad de obtener una imagen mental certera. Misterios reales no necesitan un velo de oscuridad para existir —florecen a plena luz y medran allí donde todo el mundo puede observarlos. En Arunachala un curioso efecto visual parece germinar de la combinación de luz y barro áureo: Sol y montaña se confunden en una imagen que permanece más allá de la mirada.

Peregrinos de todo el mundo toman parte cada día en la caminata conocida como giripradakshina —en sánscrito giri , montaña, pradakshina , circunvolución. Muchos lo hacen en las madrugadas, prefiriendo el recogimiento brindado por el silencio. El trayecto se extiende por casi dieciocho kilómetros alrededor de Arunachala. A orillas del camino, se encuentran múltiples lugares de reposo y de contemplación que van desde elaboradas capillas hasta sencillísimos altares; es posible detenerse en los mismos y ofrecer una plegaria antes de continuar con el recorrido.

Una parte de la ruta del giripradakshina pasa por las calles de la ciudad de Tiruvanamalai, a los pies de Arunachala. En el centro de tal urbe se halla Arunachaleswara, el segundo templo hindú más grande de la India, cuya arquitectura monumental está marcada por trece siglos de continua reverencia. Sus altas murallas trazan un inmenso cuadrilátero de granito en la falda oriental de la montaña. En cada uno de los costados del complejo se abren cuatro puertas gigantescas —en sánscrito raja gopuras , entradas principales— cuyos arcos están coronados por torres piramidales. Otras cinco puertas menores —kuti gopurams — de las mismas características se abren dentro del templo.

En el recinto así delimitado numerosos elementos arquitectónicos o naturales coexisten —seis santuarios mayores, capillas, altares, fuentes, arboledas, jardines. Uno de los lugares más impresionantes es la sala central —mandapam en sánscrito—, sitio de recogimiento y de oración puntuado por mil pilares de granito. Los sacerdotes a cargo del templo conducen diariamente cientos de ceremonias individuales llamadas pujas , rituales en los que el devoto pide a la divinidad por su salud, vida y progreso. La fe de quienes participan en los mismos es palpable: exactamente como en América Latina, gente sencilla y humilde invoca la ayuda divina con total entrega y sin sombra de duda.

Cualquier persona puede visitar Arunachaleswara, desde sus dinteles hasta el sancto sanctorum , sin importar su religión, raza u origen. La única exigencia expresa es hacerlo con pies descalzos; a sus puertas se encuentra, como en todo espacio considerado sagrado en la India, un pequeño pabellón donde se depositan sandalias y zapatos. Implícitamente, se espera también que el visitante se comporte con un recato igual al que mantendría en los lugares religiosos de su propia patria. Cerca de la salida un gran elefante prodiga con su trompa un gentil toque en la cabeza de los visitantes que lo deseen. Cada uno de los así favorecidos paga unos cuantos centavos a cambio de esa bendición de la naturaleza, respetada y celebrada de tal modo.

La tradición monástica de la India es milenaria, parte de la vida en sociedad y profundamente respetada. En Tiruvannamalai, particularmente, multitud de asahramas han sido instituidos a través de los siglos. La palabra asharama en sánscrito tiene un doble significado. Ella alude a la tercera etapa de la vida del ser humano, aquella que idealmente debería dedicarse a la contemplación religiosa. Adicionalmente y por extensión, el término asharama indica un monasterio creado bajo la inspiración o en homenaje a un santo hindú. Santos hindúes son usualmente referidos con la palabra guru que en sánscrito significa maestro, término que ha sido usado y abusado con fines comerciales fuera de la India.

Dos monasterios católicos se han establecido en la ciudad, uno de benedictinos y otro de carmelitas. La raigambre cristiana en Tiruvannamalai no se limita a tal presencia: En 1952, fray Henri Le Saux (1910-1973), gran místico francés conocido en la India bajo el nombre de Swami Abishiktananda, vivió por algunos meses como eremita en Arunachala. En las notas de su diario correspondientes a ese período, publicadas bajo el título La Montée au Fond du Coeur —Ascensión a las cumbres del corazón— se lee respecto de la montaña:

"Un misterio reside en Arunachala. ¿Qué misterio es éste? ¿Por qué tantas personas se sienten atraídas por ella? [...]. Yo mismo he llegado hasta aquí atravesando océanos, fascinado. ¿Por qué este sentimiento insólito? ¿Por qué, a pesar de todas las inconveniencias de la vida en este lugar, aquí me siento feliz y en paz como en ningún otro sitio? Esta es la fascinación que ha atraído ascéticos por siglos".

Durante su primera visita a Tiruvannamalai en enero de 1949, Fray Le Saux tuvo la oportunidad de conocer personalmente al gran santo hindú Sri Ramana Maharshi (1879-1950) conocido como el sabio de Arunachala. En 1896, luego de una crisis espiritual, Sri Ramana, en ese entonces un joven de dieciséis años, se sintió impulsado a abandonar su pueblo natal y su familia en búsqueda de Arunachala. Luego de un viaje pleno de incidencias, llegaría a la montaña donde, por más de cuarenta y seis años, viviría en profunda comunión con lo divino. La base de su espiritualidad se encierra en una pregunta básica y paradójicamente henchida de significado, con la que impulsaría a todo el mundo a autointerrogarse: "¿Quién soy yo?".

Originalmente la solitaria contemplación espiritual y meditativa de Sri Ramana tomó lugar en la sala central de los mil pilares en el templo de Arunachaleswara. Tal lugar fue reemplazado sucesivamente por otros templos localizados en Tiruvannamalai y sus alrededores, campos abiertos, una cueva en Arunachala y finalmente, un asharama construido a los pies de la montaña. Inicialmente una humilde edificación de barro, Sri Ramana Asharama es en nuestros días un complejo monástico de dimensiones, al que llegan no sólo peregrinos hindúes sino también visitantes de toda latitud y religión. El ecumenismo de las sencillas y al mismo tiempo profundas enseñanzas de Sri Ramana ha alcanzado en nuestros días el mundo entero.

La rutina monástica es idéntica a aquella de tiempos del sabio. Los religiosos residentes y los huéspedes comparten tres comidas diarias. Los platos ofrecidos son aquellos típicos de la cocina del sur de la India, la misma que, a pesar de compartir muchos ingredientes con la del norte del país, es inconfundible por lo omnipresente del arroz como ingrediente. Una costumbre instituida por Sri Ramana también continúa: cada día el asharama brinda alimentos a cientos de personas de escasos recursos y a monjes itinerantes —sadhus en sánscrito. Estos últimos son figuras omnipresentes en las calles de Tiruvannamalai, usualmente envueltos en ropajes de tono naranja oscuro.

A diferencia de otros asharamas en los que se imparten clases y conferencias, en Sri Ramana Asharama cada quien se dedica a la actividad espiritual que desee: en prístinas salas, permanentemente abiertas, es posible observar personas meditando, leyendo o recitando plegarias. Sacerdotes adscritos al asharama cumplen con ritos y pujas a horas establecidas o a pedido de visitantes y devotos. Sri Ramana mantenía una franciscana afinidad con los animales, y, en consecuencia, los mismos son bienvenidos en el asharama . En los jardines es común observar aves de todo tipo, incluyendo raros pavorreales albinos, cuyo abrupto y penetrante canto se escucha a intervalos.

Desde la puerta posterior del asharama es posible emprender el camino que conduce a Skandashrama, una de las cuevas que Sri Ramana ocupara en la Arunachala. El camino se inicia con un graderío de piedra bruñida por décadas de uso y continúa con un sendero también empedrado, bordeado de arbustos y vegetación variada. Luego de ascender por aproximadamente una hora, se arriba a un promontorio desde el cual es posible observar Tiruvannamalai. El templo de Arunachaleswara se divisa entonces como un enorme mapa tridimensional, la magnificencia de su arquitectura y proporciones tornada aún más evidente por la perspectiva aérea.

El panorama de la planicie está marcado por incesante movimiento y sonido, perceptible aún desde lejos. La montaña, por el contrario, proyecta un silencio inexplicable, preñado de energía. Estudios contemporáneos sugieren que la placa tectónica en la que Arunachala reposa se halla entre las más estables de la Tierra. Ello contrasta con la permanente llamada telúrica de los Andes, que se elevan exactamente al otro lado del globo terrestre. A pesar de su serenidad geológica, la energía de Arunachala no resulta totalmente desconocida para el viajero de origen andino: ella evoca la presencia de volcanes, figuras tutelares en una región lejana, contrastante y sin embargo extrañamente similar.

En 1938 el escritor inglés W. Somerset Maugham visitó Sri Ramana Maharshi. Años después incorporaría su experiencia en su novela El filo de la navaja, donde, refiriendo un amanecer visto desde Arunachala, escribiría:

"Cuán magnificente era el panorama que se desplegaba frente a mí, mientras el día emergía en esplendor... La belleza del mundo me abrumaba. Nunca antes había conocido una exaltación igual y una felicidad tan trascendente".

Tal vez una experiencia de tal intensidad no sea dada a todo el mundo. Sin embargo, nadie que visite el corazón de Tamil Nadu podrá permanecer impasible. En el palacio ilimitado del que hablaba Tagore, Arunachala es uno de esos espacios en los que la jornada es interior por excelencia.

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