martes, 17 de marzo de 2009

REFUGIO


Migmar Tsering, monje tibetano, perdió sus piernas durante el periplo a través del Himalaya para llegar a Dharmshala (India).





Ataviado con su túnica color azafrán, el monje Migmar Tsering hace girar el molino de las plegarias al pie del techo del mundo. En Dharamsala, la ciudad india situada junto a la cordillera del Himalaya, todos tienen algo por lo que orar. Y es que la libertad aquí tiene un precio muy alto.

La vida de Migmar, un monje tibetano de 47 años, está marcada por el periplo que realizó para escapar de China. Nacido en el Tíbet, este monje decidió cruzar el Himalaya a pie para escapar de la represión comunista. Fue en 1993, cuando la policía quiso obligarle a firmar una declaración contra el Dalai Lama.

Acompañado de otros dos tibetanos y apenas una mantas, partió de Lhasa para iniciar uno de los viajes más peligrosos que existen sobre la tierra. Algo que, como él mismo admite, casi le cuesta la vida. “Cuando estábamos a medio camino nos alcanzó una gran tormenta de nieve. No se veía nada. Nos perdimos y a mí se me congelaron las extremidades. Nos rescataron unos nómadas que nos llevaron a Nueva Delhi. Allí me amputaron las dos piernas y cuatro dedos a causa de la gangrena”, relata este hombre.

Pero su sufrimiento no acabó aquí. Tras perder las piernas, pasó seis meses en una cárcel india, por ser un inmigrante ilegal. Y al salir de prisión fue devuelto a la frontera con China. Pero su lucha estaba lejos de terminar. Arrastrándose con sus muñones, Migmar logró llegar, con la ayuda de su inquebrantable fuerza de voluntad, a Dharamsala, la ciudad de los exiliados tibetanos. Su odisea por conseguir la libertad, por profesar sin restricciones la fe budista, le costó tres años y un
sufrimiento irreparable del que sin embargo no se arrepiente. “Cuando estaba en el hospital, recuperándome de las amputaciones, pensaba por qué tuve que huir, por qué lo hice. Pero cuando llegué a Dharamsala, cuando conocí a Su Santidad el Dalai Lama y pude estudiar budismo, fui feliz. Por fin conseguía lo que tanto había soñado”, lanza, emocionado, durante la entrevista con RFI.

Como él, cien mil exiliados tibetanos viven en India. La mayoría cruzan la frontera a pie, en un viaje que dura un mes y que supone adentrarse en el Himalaya, el techo del mundo. Pocos de los que se marchan, asfixiados por la vigilancia china, vuelven. Dejan atrás sus familias y sus propiedades; la tierra en la que nacieron.


Del otro lado les espera la promesa de una vida mejor. Y lo más importante: la posibilidad de conocer en persona al Dalai Lama, el líder espiritual budista, que vive exiliado en Dharamsala desde 1959.

Como Migmar, Darma tiene también una historia que contar. Tiene 10 años y hace apenas dos semanas que llegó a pie a Dharamsala. Su madre le obligó a abandonar Lhasa, para que pudiera recibir una educación sin propaganda y con los valores tradicionales budistas. Actualmente vive en un centro de refugiados con otras 50 personas. Una cama sin colchón, sin calefacción y arroz hervido como plato único diario son su cotidiano. Lo único que conserva de su pasado son dos fotos de su madre, a la que probablemente jamás volverá a ver. “Quiero estudiar duro. Aprender. De esta forma podré hacer a mi madre feliz, después del sufrimiento que vive por mi exilio. Y espero también poder trabajar a favor de la causa tibetana”, sostiene la fuente.

Unos dos mil jóvenes de entre 3 y 20 años residen en Dharamsala y estudian en las escuelas financiadas por el Gobierno tibetano en el exilio. En 2008, 600 niños escaparon del Tíbet forzados por sus padres, que se niegan a que crezcan bajo la dominación china. Muchos pagan los ahorros de toda su vida, unos mil dólares, a los monjes nepalíes que los guían en la travesía por el Himalaya.

Pero Dharamsala no es sólo la tierra prometida de los tibetanos. Es también un lugar donde los chinos encuentran un espacio para la libertad de expresión, para la crítica hacia uno de los países más poderosos del mundo. Qing Ding tiene 43 años y vivió en la plaza de Tiananmen la revuelta de 1989, duramente reprimida por el régimen. En 2002 logró exiliarse y hoy vive en Nueva Zelanda, donde forma parte de la disidencia china que exige cambios políticos en el Imperio del Centro. “No hay esperanza en China bajo el dominio del Gobierno comunista. No hay esperanza. El Gobierno comunista jamás cambiará. No podemos esperar que cambien. Hay pocas posibilidades de cambio sobre todo en el sistema político. Por eso muchos chinos de la diáspora tratamos de ver cómo podemos cambiar China”, dice a RFI, después de conocer en persona al Dalai Lama.

En Dharamsala, las banderas tibetanas ondeando a dos mil metros de altitud dan la impresión de que la lucha tibetana parece estar muy cerca de alcanzar su objetivo. Del otro lado de la frontera, los sueños dejan sin embargo paso a la realidad: el ejército, el impulso económico y la llegada masiva de chinos de etnia Han dejan pensar que el Tíbet está lejos, muy lejos, de obtener la autonomía

Por Heriberto Araújo, enviado especial a Dharamsala.

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