lunes, 16 de febrero de 2009

¿Cuál es la mejor religión?

Por Miguel Ángel Ciuarriz, sacerdote, Orden Agustinos Recoletos.


Días atrás, un joven de mi parroquia me preguntó si todas las religiones sirven para alcanzar la salvación. Confieso que me lo pensé dos veces antes de responderle, pues la cuestión tiene su intríngulis.

Me recordé entonces de una anécdota que cuenta Leonardo Boff, no me viene a la mente ahora en cuál de sus libros la recoge, en la que narra un diálogo que tuvo en Berlín con el Dalai Lama. El teólogo brasileño le preguntó, no sin cierta segunda intención, cuál era la mejor religión para él. Pensó que le señalaría el budismo tibetano del que es el líder máximo o su primera autoridad, o cualquiera de las demás religiones orientales. Pero no fue así. El Dalai Lama se quedó pensativo unos instantes y mirándole fijamente a los ojos, como desnudando las segundas intenciones de su interlocutor, le dijo: “la mejor religión es la que te hace mejor”.

Una repuesta verdaderamente sorprendente y cargada de una sabiduría propia de quien es hombre de espíritu y ve la vida de una manera muy diferente al común de los mortales.

Dice Boff que quiso ocultar su perplejidad haciendo una segunda pregunta, no ya con segundas intenciones. ¿Y, qué es lo que me hace mejor?, cuestionó entonces.

Esta vez, sin necesidad de pensar nada, señaló el líder espiritual de los tibetanos que al hombre le hace mejor todo aquello que le sirve para ser más compasivo, más sensible a las necesidades del que sufre, más, humanitario, más responsable. En definitiva, sentenció el Dalai Lama, la religión que sea capaz de hacer eso de ti es la mejor religión.

Me vino bien recordar esta anécdota del teólogo para dialogar con el joven y tratar de ofrecerle algo de claridad. Le dije que, a mi modo de ver, ninguna religión salva por sí misma, que quien salva, es decir, quien da la vida en plenitud, que eso es la salvación, vida en plenitud, es Dios, que es bueno, compasivo y misericordioso.

Le puse el ejemplo de una montaña en cuya cima está la meta de nuestra vida. A esa cúspide en la que está Dios esperándonos para acogernos se puede llegar por varias rutas, que son las religiones. Lo que importa es ascender y llegar a ese punto donde todos nos reuniremos y las diferencias ya no serán problema.

Por nuestra cultura, le dije, por nuestra historia, por nuestras tradiciones, tú y yo escalamos la montaña de la vida tratando de ser buena gente por la ruta de nuestra fe cristiana y católica. Para ti y para mi no tendría mucho sentido cambiar de ruta entre otras razones porque salir de un camino y tomar otro diferente nos haría perder tiempo y sobre todo, nos pondría a caminar en la incertidumbre de nuestra ignorancia. También la fe es cuestión de lealtad.

Ninguna religión, entiendo yo, puede alardear de poseer ella sola el arsenal de los medios de la salvación. Ninguna religión puede pretender que su camino sea el único para llegar a Dios y que las demás no sirvan para el mismo fin. Hay demasiada arrogancia en pretenderlo.

Pienso que si Dios hubiera querido que todos sus hijos e hijas subiéramos la montaña por la misma ruta, nos hubiera hecho más uniformes y menos diversos. Sobre los cimientos de las religiones, se han construido enormes edificios doctrinales y teóricos, también edificios morales cargados de normas de conducta que tratan de llevar a la vida la doctrina y edificios festivos y simbólicos para la celebración de los rituales y liturgias. Desde la diversidad cultural podemos contemplar la belleza de estos cuerpos doctrinales, morales y litúrgicos de las distintas religiones.

Lo que sí tengo claro, le dije, a modo de conclusión, es que hay religiones que no son buenas. Me refería a esas nuevas religiones idolátricas, como el consumo, el mercado con todos los edificios perversos que ha construido esta religión que tanto fascina y seduce, amenazada ahora de quedar destruida como la torre de Babel. La ruta de esta religión no está colocada en la montaña que nos lleva a la vida.

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