Los monjes custodios no albergan dudas. Quien se ciña esa corona gobernará la secta kagyu, una de las cuatro principales del budismo tibetano. Entre tanto, y para no volar para siempre, permanece en una caja.
Lo que no estaba previsto era que el número uno de los kagyu pudiese tener una doble reencarnación. En estos momentos hay dos karmapas, y ambos se disputan el sombrero más mágico del budismo, además de un patrimonio de mil millones de dólares y 430 centros repartidos por el mundo.
La cuestión es tan grave que hasta el ejército indio tiene que vigilar el monasterio. Desde 1992, han menudeado los choques violentos entre los partidarios de uno y otro regente. Los monjes, lejos de sonreír a todo pasto como sucede en otros monasterios del Himalaya, rezan bajo protección armada, no sólo bajo la rueda del Dharma y el ciervo y la cierva que simbolizan a Brahma y a Indra.
Parece que en cualquier momento va a pasar algo gordo. Alguien espanta a las palomas del patio y eso se vive como una detonación.Los monjes no quieren ni oír que alguien solicite entrar donde se encuentran las habitaciones hoy vacías del karmapa, y tal vez la Corona Negra y otros tesoros. Los más, aseguran que en esa parte del complejo hay una pequeña stupa que contiene los huesos y cenizas del décimo sexto karmapa y las estatuas de los anteriores. Mencionar otra cosa suena hiriente.
La historia, sin embargo, no se borra por la simple artimaña del silencio. Cuando en 1959 China invadió el Tíbet, el Dalai Lama y el Karmapa escaparon del país como muchos miles de compatriotas, aunque no así el Panchen Lama. El Karmapa fue bien acogido por el último rey de Sikkim y construyó Rumtek como un calco del monasterio tibetano de Tsurphu, sede de los kagyu casi desde su creación en el siglo XII. Allí volvieron a florecer la vida monástica y los negocios.
Los centros de esa secta se extendieron por Occidente, y todo iba más que bien hasta que el décimosexto karmapa, Rangjung Rigpe Dorje, murió de cáncer en Chicago a los 57 años. Sus seguidores sostienen que en ese instante alcanzó el parinirvana, el más perfecto nirvana. Quedaba pendiente su reencarnación, asunto problemático si consideramos que durante su cremación, rodó desde la pira una bola entre azul y negra que resultó ser su víscera cardíaca.
Hasta 1992, Rumtek estuvo a cargo de cuatro regentes. Hubo extrañas muertes, accidentes y forcejeos. Pero eso no fue nada hasta que apareció el décimo séptimo karmapa por partida doble.
Comienza la controversia
¿Ugyen Thinley Dorjee O Trinley Thaye Dorje?
Uno fue y es Ugyen Thinley Dorjee, merecedor de llevar la Corona Negra a tenor de lo escrito en la carta de predicción que encontró dentro de un amuleto Tai Situ Rimpoché, tercero en la jerarquía de la secta. Para Tai Situ Rimpoché no había nada anormal en ello. Desde Karma Pakshi, el primer karmapa, todos habían vaticinado sus próximas reencarnaciones con pelos y señales. El nacimiento de Ugyen fue acompañado, además, por tres soles, mientras las trompetas y las caracolas sonaron por dos horas.
La evasión de Ugyen por las montañas del Tíbet en enero de 2000 fue todavía más mágica. Para muchos, se trató de una maniobra de los chinos para poder controlar algún día las propiedades del elegido. Lo cierto es que los chinos, después de protestar ritualmente por la escapada de Ugyen, han acabado por sumarse con entusiasmo a la hipótesis de que ese niño es el heredero legítimo.
Shamar Rimpoché, uno de los cuatro regentes de Rumtek, nunca estuvo de acuerdo con eso. Hizo sus averiguaciones y encontró al verdadero karmapa en otro niño: Trinley Thaye Dorje. El resultado fue que Trinley se quedó en un monasterio de Kalimpong, en Bengala Occidental, y Ugyen en Himachal Pradesh, en la otra punta del Himalaya indio. La India es generosa, pero el doblete empieza a impacientarla. ¿Qué mano amarilla ha roto la cadena?
La sucesión nunca había despertado tantos odios y codicias. Desde que en el año 1100 de nuestra era Karma Palshi indicó claramente que se iba a reencarnar en Dusum Khyenpa, la línea sucesoria había sido directa. Y sin embargo, para encontrar los dos karmapas contendientes hubo pesquisas esmeradas. Se consultó el mayor oráculo para esos casos, el lago Lhamo Latso del Tíbet, donde los lamas buscadores van a ver en sus orillas los signos precisos: un movimiento en el agua, un rayo de luz que indica una dirección, una onda del perro o del caballo del horóscopo.
Algún eslabón de la cadena no debió funcionar bien. Los presuntos brotaban más allá del océano. Bardo Tulku, un lama residente en Woodstock, un monasterio kagyu al norte de Nueva York, predijo que el karmapa estaba en el vientre de su mujer. Todo se vino abajo cuando alumbró a una niña. Otros creyeron verlo reencarnado en Hong Kong, expertos en copiar cualquier cosa que se mueva.Lo incuestionable es que tanto Ugyen como Trinley hablaron antes de los cuatro años y reconocieron los objetos que habían pertenecido al anterior karmapa. A partir de ahí, las dos facciones defienden, y a golpes si es preciso, que su niño es el buda viviente.
En Rumtek saben que solidez y liquidez no tienen por qué estar reñidas. Tal vez sea ése el famoso camino búdico de en medio.El monasterio siempre ha sido como un cofre del tesoro, lo que no quita para que los monjes, que olvidan un momento el ruido de la controversia, lleven escuelas con estudios de grandes vuelos
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